Como les conté en una entrada anterior, el mes de febrero perdí a mi querida mascota, fue un golpe muy duro y aún me estaba reponiendo cuando recibí una llamada de una vecina del conjunto de apartamento donde vivo. Sonaba un poco malhumorada y hasta desesperada. Cuando me contó el motivo de su malestar no la entendí, pero me ofrecí a ayudarla.
Su problema era el siguiente: Hacía año y medio su hijo de 13 años compró un cachorro de Golden Retriever. Inicialmente todo estuvo bien pero...para resumir...cuando el cachorro creció se les volvió una complicación económica (eso me dijo ella) pues el perrito comía mucho, los gastos del perro eran muy altos para ellos. Por esta razón querían darlo en adopción, pero si no encontraban quien lo aceptara, lo llevarían al centro de zoonosis de Bogotá. Apenas me nombró ese sitio me dió escalofrío. Es horrible y sería muy cruel que un perrito tan lindo terminara allí. Así que consulté con mi esposo y el aceptó que yo cuidara al perrito mientras encontrabamos entre todos una familia que lo quisiera.
Bruno, que es el nombre del perrito, se adaptó a nosotros, y nosotros a él, pero estabamos seguros que pronto se iría. Hemos publicado avisos en internet para darlo en adopción y nos han innudado los correos con mensajes diciendo que lo quieren, pero cada vez que hablamos con alguien nos parece que tiene fea voz, que no se expresa bien, que vive en un sitio inadecuado, que tiene mala ortografía, mala redacción al escribir el mensaje, etc. Sólo nos entrevistamos personalmente con una familia. Vinieron a conocerlo. Ese día lo cepillé y perfumé con mucha nostalgia pues debíamos despedirnos de él. A la hora acordada sonó el timbre y el perrito, que hasta ese momento se había portado medianamente bien, se transformó en una fierecilla. Apenas vió a sus nuevos dueños empezó a rasguñar su ropa, a ladra y gruñir (cosa rara en su raza), corría como loco por todo el lugar como si estuviera poseído. Tanto que estas pobres gente solicitaron un tiempo para organizar el traslado y nos aseguraron que llamarían más tarde. Hasta ahora no se han vuelto a reportar.
En fin, después de un mes y medio, Bruno sigue aquí y, al parecer no tiene gana de irse. No es tan bien portado como Max, pero nos vamos adaptando a él. Claro que tenemos nuestras reservas y sabemos que nuestra paciencia debe ser infinita porque luego de tenerlo unos días nos enteramos de la verdadera razón por la que su anterior familia lo dejó. Resulta que el angelito se comió varias cositas del apartamento, cosas sencillas como un computador portatil, un celular de última generación, un juego de muebles de sala, medio comedor y el mercado de una semana. Yo, en defensa de Bruno digo que no es justo que el pobre estuviera encerrado en el apartamento, sólo, sin ir al baño, sin que nadie le jugara ni le hablara durante 12 horas...yo también me enloquecería...!ah¡ y para completar lo llevaban 10 minutos al día a la parque siempre con una correa atada a su cuellito, así el pobre no podía liberar toda la energía de un cachorro de su raza. Me pregunto cómo no incendió el edificio. Conmigo se ha portado, como les digo, medianamente bien. Así que por ahora se queda con mi familia y quiero presentarlo en sociedad: Bruno González Rincón